"Se llamaba Silvestre" es uno de los relatos incluidos en el libro "Un país de cuentos" a continuación puedes leerlo (y más abajo descargarlo en PDF si lo deseas).
Se llamaba Silvestre
El último habitante de Pano se llamaba Silvestre, y era amigo mío. Todos se habían marchado hacía mucho, cuando la marea de la emigración barriólos pueblos del Pirineo, pero él se quedó con su mujer. Se quedó como se quedaron las peñas,o los manantiales, o los quejigos centenarios.
Tal vez su mujer rezongase un poco cuando bajaba cada día a la fuente para buscar agua, o cuando llenaba de carburo la lámpara con la que el matrimonio se alumbraba, y pensase que en la ciudad bastaba con abrir un grifo o pulsar unbotón para obtener cuanta aguay luz se pueda desear. Pero eran felices.
Poseía un pequeño hato de ovejas y cabras, queno le suponía más trabajo que abrir la puerta del redilcada mañana para que ellas mismas saliesen apastar: no había ya cultivos que pudiesen ser dañados; y las laderas trabajosamente aterrazadas durante generaciones ahora permanecían yermas.
Una pequeña huerta, cercana a la fuente, le proveía de patatas y verduras. Unas pocas gallinas que picoteaban libres por las calles, le suministraban huevos fresquísimos. Si la memoria no me engaña, algunas higueras, granados, manzanos y ciruelos daban fruta durante el verano y el otoño. En la plaza del pueblo, junto a la vieja iglesia, una gran morera ofrecía sombra y dulce sabor.
Ahora que Silvestre cobraba su pensión de la Seguridad Social, sentía que nadaba en la abundancia. Lo que para otro hubiera supuesto la miseria, para él constituía opulencia. Por fin podíacomprarse ropa sin necesidad de tejerla ;pagaba la contribución sin malvender la cosecha; se permitía unas albarcas nuevas cada año; e incluso podía comer naranjas durante el invierno. ¿Qué más puede desear alguien para ser feliz?.
Muchas veces enjaezábamos las caballerías, dos viejas mulas tercas e incansables, y marchábamos a buscar plantas medicinales por los lugares que sólo él conocía. Así recorríamos valles y barrancos durante horas, tan abandonados que ni siquiera los pastores ni los cazadores pasabanpor allí. Y al atardecer, regresábamos con los mulos cargados con té de roca, manzanilla, espliego o menta. Yo no necesitaba tanto; pero él sí: todo aquel que pasase por Pano, fuese pastor, cazador, guardia civil o turista, recibía como obsequio una bolsa de plantas aromáticas, para que se llevara consigo el sabor de las montañas, allá donde fuera.
Para Silvestre, nunca había nada malo. Cuando un derrumbe cegaba un sendero en desuso, estaba �mediano�, aunque tuviésemos que dar un rodeo de una hora; cuando una tormenta nos amenazaba lejos de cualquier refugio, el cielo marcaba �mediano�; incluso cuando él caía enfermo, me decía: �Dotor, m ' en duele mediano�. Aquello me hacía gracia, dado mi apellido. Pero sobre todo, aquel �mediano� suponía una declaración de guerra a lo pesimista, lo perjudicial, lo terrible. De Pano estaban desterradas la tristeza, la maldad, la ruindad y todo lo que se le pareciese; al menos de palabra.
Silvestre hablaba con los animales y las plantas. Incluso con las zarzas, sus acérrimas enemigas, trataba de dialogar y de convencerlas de que no cerrasen los senderos, aunque nadie los transitase: ¿quién sabe si algún día la gente regresará al Pirineo y volverá a necesitar caminos para andar de un pueblo a otro?.
Por supuesto, las zarzas no le hacían caso y, en cuanto Silvestre sedescuidaba, obstruían el paso con sus tallos espinosos. Entonces Silvestre les echaba una regañina y, tras disculparse por hacerles daño, las cortaba con su navaja de pastor.
Silvestre murió una noche de otoño, mientras dormía plácidamente. Su mujer vino a avisarme, tras caminar cinco horas. Lo enterramos en el cementerio de Pano, protegido por un acantilado ymirando al sol poniente que tanto le gustaba contemplar. Luego ella vendió
ovejas, cabras, gallinas y caballerías, y marchó a la ciudad.
Yo seguí recorriendo aquellos senderos secretos queme enseñó, pero echaba de menos a él y a sus �medianos�. Sin embargo, los parajes que me había mostrado eran lugares tan mágicos y hermosos, que ni siquiera la soledad que ahora se adueñaba de ellos me impedía regresar. Las higueras queproveían de higos a los reyes de Aragón, la cueva con una cascada en su interior, el claro del bosque en el que las brujas realizaban sus conjuros, lacasa encantada a la que nunca debíamos aproximarnos de noche, el valle al que los pájaros noquerían ir, la mina de agua que los moros excavaron y que recorrela montaña por más de un quilómetro...
El pueblo de Pano, que hasta la muerte de Silvestre había resistido bien el paso del tiempo, comenzó a desmoronarse. Él, que había cuidado de las casas deshabitadas, nunca perdió la esperanza de que un día volviesen sus antiguos vecinos, hastiados de progreso.
Y poco a poco, el pueblo de Pano fue poniéndose �mediano� hasta que se derrumbó. Han pasado casi veinticinco años desde que Silvestre murió y dejó huérfano a su valle; pero yo siempre me acordaré de que el último habitante de Pano se llamaba Silvestre, yera mi amigo.
FIN